Todos hemos oído que para aprender idiomas, ‘cuanto antes, mejor’. Lo vemos en nuestra academia, ya que cada vez tenemos estudiantes más pequeños con nosotros. Las razones son muchas y hay una base científica para ello.
Los niños aprenden ‘sin querer’. Su cerebro está en constante aprendizaje desde que nacen, intentando darle sentido a lo que perciben por sus sentidos. La mayoría de veces no somos conscientes de todos los complejos procesos que ocurren en la mente de un niño y a la velocidad a la que ocurren. El caso es que algunos procesos no están automatizados aún, como pasa con los adultos, y por ello necesitan más tiempo y práctica.
El aprendizaje de un segundo idioma es muy diferente entre adultos y niños, aunque puedan parecer similares. Muchos profesores y académicos han intentado recrear en adultos la manera de aprender de los niños, pero las condiciones no son las mismas y se ha comprobado que hay una edad límite que impide conseguir los mismos resultados. Se recomienda siempre empezar a aprender un idioma antes de los 10 años. Hay muchos expertos y estudios que demuestran que lo que se consigue empezando antes es un conocimiento del idioma mucho mayor que los estudiantes que empiezan más tarde, y que el nivel de fluidez es mucho mejor. Estos estudios lo achacan a algo llamado ‘plasticidad cerebral’, la capacidad de ser moldeado para cambiarlo, que se pierde en la adolescencia (a partir de los 10-12 años).
Los niños, gracias a esta plasticidad, ‘absorben’ los idiomas al tener una gran capacidad para distinguir fonemas (distintos sonidos que produce cada letra) y para desarrollar estructuras en ese nuevo idioma. Esta habilidad innata la tienen todos los seres humanos al nacer: todos tenemos la capacidad de aprender idiomas. La única condición es estar expuesto a ellos, por eso todos aprendemos una lengua materna, porque la gente habla a nuestro alrededor.
Los niños que aprenden dos (o más) idiomas desde pequeños crean mayores conexiones en su cerebro y hacen más uso de esta capacidad innata para aprender idiomas. Hay niños que empiezan a hablar un poco antes o después (al igual que con la lectura y la escritura), pero bajo un buen sistema educativo, todos logramos aprender nuestro primer idioma sin grandes problemas. Y lo mismo debería ser con los segundos idiomas: todos tenemos esa capacidad de niños, lo único que necesitamos es estar expuesto al idioma que queremos aprender.
Los niños bilingües o políglotas, que hablan más de un idioma de forma fluida, normalmente tienen a un familiar que habla ese idioma (cada uno de los padres habla un idioma diferente, por ejemplo), o viven en un país donde se habla ese idioma en las guarderías o escuelas. Por lo tanto, la idea de los colegios o incluso guarderías bilingües es muy acertada. El problema es que enseñar un segundo idioma, aunque sea relativamente sencillo para niños, lleva tiempo y hay diferentes fases y procesos. Mientras que los adultos entienden cómo aprenden y son conscientes de ese proceso (aprendiendo cómo funciona el idioma a través de explicaciones directas sobre la estructura del idioma), los niños se benefician hablando y escuchando. Es decir: no es productivo enseñar a los niños gramática de la misma manera que se enseña a los adultos.
Otro error común es pensar que los niños van a aprender un segundo idioma al igual que su primer idioma. No estamos hablando de casos en los que el niño tenga dos (o tres) idiomas maternos, nos referimos a un niño que por ejemplo ha aprendido español desde bebé y que con 6-8 años empieza a estudiar inglés. Su exposición al español ha sido constante desde su nacimiento y ha estado recibiendo ‘input’ (aportaciones) de todas las personas de su entorno. Aún así, ha necesitado años para empezar a entenderlo y hablarlo. Exponer a un niño a dos o tres horas de un segundo idioma ayuda muchísimo, pero sigue siendo una exposición limitada al idioma. A diferencia de un niño que tiene uno de sus padres o tutores que hablan un segundo idioma con el que pueden comunicarse en todo momento, al profesor/a de inglés lo ven sólo unas pocas horas a la semana.
Para los adultos, como ya hemos dicho, este proceso es más complicado y sí requieren un conocimiento explícito del idioma, donde un experto le explique el funcionamiento de éste. Se requiere a veces también un conocimiento del propio idioma materno y unas nociones gramaticales básicas. Al perder esta plasticidad, no es suficiente con oírlo constantemente, de ahí la importancia de las clases de idiomas para adultos cuando no han estado expuestos a ese idioma durante su infancia. Aún así, pueden llegar a niveles altos de conocimiento del idioma, incluso convertirse en expertos muy competentes.
La solución, aunque no sea fácil en principio, es que el niño oiga (y preferiblemente, use) el idioma meta el mayor tiempo posible. No es necesario clases de gramática y explicaciones de cómo es la estructura del idioma, ya que tampoco las necesitó para su primer idioma. Sólo necesita estar expuesto a ese idioma, a través de las clases de idioma en principio, donde puede beneficiarse de juegos, cuentos y explicaciones simples, y a la vez, con un familiar o alguien de confianza que establezca una relación con el niño. Los resultados no se verán inmediatamente. Aunque los niños aprenden muy rápido y casi sin (aparente) esfuerzo, no hay ‘milagros’ en el mundo del aprendizaje de idiomas. Pero con la coordinación de profesores-padres-familiares, pueden llegar a alcanzar un nivel fluido del idioma, superior al que se alcanza de media en adultos que comienzan a aprender más tarde.